miércoles, 1 de diciembre de 2010

Un acto de irresponsabilidad


Hace poco leí una noticia que provocó un chispazo en mis circuitos neuronales. Un abuelo de Donostia tuvo a la policía de cabeza, durante más de dos horas, porque se había confundido de nieto cuando fue a recogerlo al colegio. De hecho, también se había equivocado de colegio.

Lo que, a primera vista, puede parece una noticia sin importancia que, aunque triste, raya en lo anecdótico, es tan solo, un acto de irresponsabilidad. Pero, irresponsabilidad ¿De quien? ¿Del anciano? ¿De los hijos del anciano y padres del niño? ¿Del colegio?...

De todos es sabido, que la capacidad cognitiva y física de los mayores se reduce a medida que van cumpliendo años. Eso, sin contar con enfermedades, propias de su edad, que pueden limitar considerablemente sus actos (Alzehimer, Parkinson, demencia senil, cataratas…). Por eso, tenemos el deber moral de hacer con nuestros mayores, lo que ellos han hecho, antes, por nosotros. No debemos olvidar que, al nacer nuestras capacidades son, prácticamente nulas, y no es sino varios años después, cuando estando totalmente desarrolladas, alcanzamos nuestra independencia vital. Y hay que recordar que, durante ese periodo, son precisamente nuestros padres quienes están velando por nosotros. Ahora, es nuestro turno y, no el de ellos.

Sin embargo, yo que soy una persona egoísta, soy partidario de aprovecharnos al máximo de nuestros mayores. Sí, habéis leído bien, aprovecharnos de nuestros mayores, aprovecharnos de su inagotable fuente de conocimientos, de sus instructivas experiencias personales, y de la gran sabiduría que proporcionan los años. Porque ya lo dice el refrán: “Más sabe el diablo por viejo que, por diablo”. 

Hasta la próxima reflexión.

1 comentario:

  1. Da para mucho esta notícia. Da para un relato, por ejemplo. ¿Como te imaginas que transcurrieron esas dos horas entre el abuelo y el niño? Si éste hablaba, ¿qué le dijo? ¿y el abuelo? ¿Le compró caramelos? ¿Lo llamó por su nombre cuando jugaba en el parque? ¿Qué pasó entre ellos?
    Puestos a imaginar, me imagino a los dos asumiendo su nuevo papel. El niño, creyendo que su abuelo, el de toda la vida, se había transformado en otro abuelo para gastarle una broma, y es que su abuelo, el de verdad, era un bromista de tomo y lomo y siempre le hacía reír con sus estrambóticas bromas. El abuelo, que aquél día se había dejado los lentes en casa, no se dio cuenta, o mejor dicho, no vio lo que se llevaba. Simplemente, llegó al colegio, alargó su mano huesuda y el niño se la cogió sin mediar palabra. A partir de ahí la mente imaginativa y burlesca del chaval hizo el resto.

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